miércoles, 27 de julio de 2011

XXX.- LA PLAZA DE LA MERCED.



Ubicada, en pleno corazón de la Vega Larga, la Plaza de la Merced, junto a la Catedral onubense, es uno de los lugares mas destacados de la ciudad de Huelva.

Tres son los elementos mas característicos, de esta popular y recoleta plaza onubense: sus vetustas e inhiestas palmeras, los típicos y confortables bancos de hierro, que los circundaban y el gran quiosco central, que venía a constituir su verdadera seña de identidad.

Presentaba, como fondo, la bellísima y barroca fachada del convento mercedario, como el edificio colindante, que fue sede de la Diputación Provincial, que cesó en su uso, para proceder a la ampliación del Hospital Provincial.

Yo, le tengo mucho cariño a esta simpática plaza, que en nuestra juventud fue testigo, de la celebración de la Feria y Velada de Nuestra Sra. de la Cinta, en la que era bellamente exornada con una extraordinaria iluminación eléctrica, y en la que el mencionado quiosco, era exquisitamente entoldado, luciendo aquel típico cortinaje blanquiazul, en el que la banda municipal de música daba sus espléndidos conciertos, a veces con la colaboración del Orfeón Onubense, bajo la batuta de los renombrados maestros, Castillo, Ruiz Vidriet, Sanabria y otros.

Cuantos gratos recuerdos guardo de ella. En aquel hospital inicié mis prácticas profesionales, que me formaron para que a lo largo de mi vida, pudiera ejercer mi vida sanitaria, durante cuarenta y dos años, donde con gran corazón, ayudé al prójimo con mis conocimientos sanitarios, por las pardas tierras extremeñas, mi segunda patria chica, por mezcolanza familiar.

De joven, fui testigo, en aquel atardecer del 14 de abril de 1.931, cuando desde los balcones de la Diputación Provincial. arrojaban los trozos del marco y el cuadro del Rey de España, que caían hechos añicos, por una muchedumbre enloquecida.

Desde ella, los onubenses se deleitaban, viendo en aquellas citadas fiestas, el espectáculo que desde el cabezo de San Pedro, nos ofrecían los fuegos de artifícios.

En abril del año 1.936, la clase obrera de Huelva, recibía en ella, al sindicalista asturiano Ramón González Peña, líder de la revolución minera del Principado, que fue saldada con la interveción de una columna militar y que, por primera vez, en esta ciudad fue interpretada, la Internacional..

Más tarde, ya con el antiguo régimen, el Ayuntamiento llevó a cabo una remodelación de la misma, estableciendo varios niveles, que dieron al traste, con el atractivo que siempre tuvo la Plaza de la Merced, desapareciendo aquel monumental quiosco, que era el alma del barrio de La Vega, y que ha dado lugar a la muerte de tan emblemático entorno, del que Huelva se sentía orgullosa.

Parece ser, que hay intenciones de volverla a su antigua situación, de la que se sentiría muy orgulloso, de conseguir, volverla a su ser, el concejal de infraestructura, el incansable, Felipe Arias, del que esperamos tome en serio, esta iniciativa.


miércoles, 20 de julio de 2011

XXXI.- AQUELLOS TIEMPOS DEL ESTRAPERLO.



Hoy día, es la corrupción, el tema líder del momento en el nos ha tocado vivir, en este mundo de nuestra existencia.

Esta no es una cuestión, que nos haya surgido, en el momento presente, de la noche a la mañana, ya que su origen data de los tiempos de la II República Española, cuando allá por el año 1.934, un diputado, precisamente sobrino del Presidente del Gobierno, don Alejandro Lerroux García, se vió implicado en un asunto sucio tan grave, que causó la dimisión del citado Jefe del Gobierno. En este momento es cuando surge, el vocablo estraperlo.

Ya , al inicio de la guerra civil española, ante la escasez de subsistencias, surgió un mercado negro, que se agravó al finalizar la contienda, por la aparición de una descomunal hambruna, en la que los ciudadanos, se veían privado del sustento mas necesario, para llevar la vida de nuestras familias adelante, ante los momentos mas difíciles de nuestra existencia.

Las autoridades establecieron las Cartillas de Abastecimiento, en la que semanalmente se retiraban de los comercios el cupo de artículos de primera necesidad, asignado a cada familia.

A partir , de la década de los cuarentas, surgió, este mercado paralelo, de manos de aquellos que, desprovistos de toda clase de escrúpulos, se lanzaron a este sistema de vida, a la que nuestros convecinos , tenían que doblegarse, si querían seguir viviendo.

En los pueblos, muchos se dedicaban a la maquila, moliendo clandestinamente los cereales, para hacerse de harinas, que vendían a precios desorbitados.

A la llegada de los trenes de las líneas de Sevilla y de Zafra, a la periferia de la ciudad, en los alrededores de Las Metas y Cardeñas, por las ventanillas arrojaban los bultos de alimentos, que los familiares recogían.

Se traficaba con toda clases de materias necesarias para subsistir: los marineros traían de Marruecos y de Portugal, tejidos de mayor demanda, e incluso medicinas, sobre todo la existencia de penicilina y estreptomicina, que se pagaban a precios de oro, siendo tan necesarias en aquellos principios de su existencia.

Asimismo, las familias necesitadas, acudían a Palos y a Moguer, para proveerse de los benditos boniatos, patatas y otros tubérculos, y con los sacos a cuesta, llegaban hasta el muelle de la Reina, en La Rábida, para desde aquí trasladarse a la Punta del Sebo, en la canoa del popular Luís Bocanegra.

Se cuenta, como una anécdota, que había un cabo de Carabineros, que acosaba a los estrarpelistas, y como se agolpaban tantos, en el muelle rabideño, una vez completo el pasaje, Luís, se dirigió a los que allí estaban, esperando al siguiente viaje:

-¡ Tirad el cabo al agua !-. (para partir a navegar).

Y los allí, agolpados, viendo que el citado cabo, estaba en primera fila, lo tiraron al río, y dicen que a partir de entonces, empezó a enmendar su conducta, hacia aquellos desgraciados, que se buscaban el pan nuestro, de cada día.

miércoles, 13 de julio de 2011

XXIX. - LA SOMBRA, DE UN ALUCINANTE METAL.





Transcurría la vida placentera, en el devenir de año 1.927, cuando la ciudad nos ofrecía aquella imagen de pueblo grande, toda vez que su población oscilaba, sobre los 40.000 habitantes, y en la que nuestros convecinos, iban tocados, con sus habituales gorras y las clases más humildes usaban aquellas sufridas alpargatas, de las que se proveían, en la popular tienda, especializada en la venta de estos menesteres, que en la calle de la Aceña tenía establecida el alicantino José Hernández Rizo.

Esta transitada vía, se hallaba pavimentada de pared a pared, con unos gigantescos adoquines, que con el tiempo, fueron trasladados al actual Cementerio de la Soledad, al ser reemplazados en la época republicana, por un moderno pavimento, sobre hormigón, por piezas de menor tamaño, a la vez que fuera dotada de estrechas aceras, para seguridad de los peatones, ante la presencia de algún carro con aros de hierro, o de cualquier burro, que transitara por el lugar.

Mi padre tenía su comercio, en la mencionada calle, en la confluencia con Miguel Redondo, que ha permanecido durante ochenta y cuatro años, convirtiéndose en una verdadera institución, por el que han desfilado varias generaciones de onubenses.

Su carácter de hombre sencillo y bonachón, que junto a su peculiar humor, se hizo acreedor del cariño de todos sus convecinos.

En aquellos tiempos, se encontraban en circulación, monedas de plata, de un valor que iba desde los cincuenta céntimos a las cinco pesetas, que eran conocidas, por el pueblo llano, como "El Duro".

Pues bien, se le ocurrió la idea de soldar, con un clavo, una moneda de dos pesetas, que después de abrillantar, al abrir la tienda a las tres de la tarde, se daban cita en la misma,una reunión de tres amigos de la casa, que con el mismo ánimo, de pasar un rato agradable, uno de ellos salía a la calle, provisto de un martillo, y entre las juntas de tierra que unían los adoquines, de un golpe quedaba clavado el artilugio, y todos juntos, a esperar la sorpresa.

Dentro del establecimiento, estaban provistos de latones vacíos de petróleo, que por aquella época, era adquirido, por el vecindario, para el mantenimiento del alumbrado, por medio de los socorridos quinqués.

Pronto hizo acto de presencia la primera víctima, que por cierto era el Inspector de Primera Enseñanza, un señor ya mayor, que portando un bastón, para alivio de su cojera, quien atraído por el brillo de la moneda, se paró y ojeando a un lado y otro, se decidió a agacharse, para hacerse de la singular pieza.

En ese momento, suena el estruendoso sonido de los latones, que le hizo pegar un brinco, y dirigiéndose al grupo, exclamó:

-¿ Canalla, si tenía que ser cosa tuya, Baltasar !-.

Pero, cual no sería nuestra sorpresa, a la tarde siguiente, y otras muchas más, cuando acudía al grupo, allí reunidos, para pasar un agradable rato, de emoción y regocijo.

Aquel sonoro latonazo, venía a constituir la sombra, del alucinante brillo de la codiciada moneda, que servía de distracción a nuestros antecesores, en aquellos tiempos de pobreza, en la que se desenvolvía la vida de los españolitos de a pie.

Gracias a Dios, estos tiempos son otros, y aquellos pasaron a la historia.

miércoles, 6 de julio de 2011

XXVIII.- EL CÉLEBRE MORILLA.




Recuerdo aquellos años, de mi inolvidable juventud, en que la vida tranquila con que discurría el día a día, en esta Huelva de ensueño, cuando en las tardes estivales, en muchas calles se acusaba la presencia de muchos mozalbetes, que en una pita nos ofrecían sus fragantes biznagas de jazmines, con las que nuestras mocitas adornaban sus cabelleras, en aquellos atardeceres entrañables, al pasear por la calle de la Concepción o la Plaza de las Monjas, cuyas cuatro esquinas aparecían repletas de veladores, donde los onubenses saboreaban, en aquellos tiempos, los incomparables refrescos de zarzaparrilla o las insustituibles gaseosas de la "Progresiva Onubense".

Huelva, era una ciudad tranquila, que discurría vigilada por una veintena de guardias municipales, que nos hacían recordar aquellas viejas estampas de los guindillas de "La Verbena de La Paloma", provistos de un enorme sable que la vox populis, le denominaban "sardinas".

Luego , más tarde, aparecían los nuevos policías urbanos, con un bastón de mando, mucho mas pacíficos y presentables, de los que recuerdo a Carlito, de estatura media, incapaz de matar una mosca , por su carácter pusilánime, al que un gracioso de "mala uva", le arrebató el símbolo de autoridad y lo partió, en la espalda del infeliz agente.

En esa época, estos nuevos policías, cubrían el servicio diurno, bajo el mando de don Manuel Corona, mientras que las noches eran de los municipales, a las órdenes del Sr,Coronado.

Existía entre estos últimos, un número, que era muy popularmente conocido, el guardia Morilla, que pasó a la historia onubense, por sus peculiares hazañas.

Tenía, como especial misión,la de llevar al Matadero Municipal, las cabezas de los perros y gatos, que habían causado mordeduras o lesiones a cualquier ciudadano, para que por los servicios veterinarios, se emitiera el dictamen facultativo, por si fuera necesario adoptar alguna medida sanitaria.

En los primeros días de nuestra contienda civil, en el año 1.936, se suspendieron los uniformes, que fueron reemplazados por monos.

Cuando fue a tomar el servicio, en la Prevención Municipal, sita en el antiguo Avellano que existía en la actual capilla de las Soledad, le indicaron que al día siguiente se pasara a recoger su nueva vestimenta, a lo contestó con enfado:

- Eso, es, Morilla no solo para recoger a los gatos y perros, sino también los monos - .

Era costumbre, por aquellos tiempos, cuando llevaban a cabo alguna detención, por alterar el Orden Público, siempre utilizaba el mismo estribillo:

-¡ Vamos p'arriba !-. (refiriéndose al Avellano).

Un día hubo una pelea en la plazoleta de San Sebastián, y dió la casualidad de que Morilla, estaba por aquellos alrededores, acudiendo solícito, sacó el sable y largó ambos sardinazos, en la espaldas de los dos sujetos, quienes una vez esposados, siguiendo su hábito, les largó:

-¡ Vamos p´arriba !-. Los detenidos, que se encontraban en el comienzo de la Avenida de las Adoratrices, emprendieron la marcha en dirección al Huerto de Paco, y al darse cuenta de que se había equivocado, les ordenó:

-¡ Eh, quietos, vamos p´abajo !-.

Al mismo tiempo, las autoridades onubenses, dotaron a todos los establecimientos de la ciudad, de unos carteles, que decían: "No blasfemar, por razones de cultura y decencia".

En un atardecer, iba el popular y querido sacerdote don José Andívia, para su casa, en la calle La Paz, y se encontró con un borracho, vistiendo de largo, a toda la corte celestial.

Preocupado, el cura, por la actitud insultante del citado sujeto, se dirigió a la esquina del "Tupi", donde siempre había de servicio u agente de la autoridad, y al llegar se dió de cara con el amigo Morilla, quién saludó campechanamente a don José e informado de lo que ocurría, se dirigieron al lugar del suceso, y una vez localizado el interfecto, le zampó de golpe:

-¡ Hijo de tu madre, con que tu eres el que esta " flemando", eh!-. Te voy a dar dos "patás", en donde dijimos....que te voy a reventá!-

Atónito, el Padre Andívia, ante aquella situación, le dijo:

Mira, Morilla, déjalo tranquilo y vete al "Tupi", porque es peor el remedio, que la enfermedad.

Así, lo hizo el guardia, mientras el beodo, más apaciguado, se dirigía hacia la Plaza Niña.