miércoles, 13 de julio de 2011

XXIX. - LA SOMBRA, DE UN ALUCINANTE METAL.





Transcurría la vida placentera, en el devenir de año 1.927, cuando la ciudad nos ofrecía aquella imagen de pueblo grande, toda vez que su población oscilaba, sobre los 40.000 habitantes, y en la que nuestros convecinos, iban tocados, con sus habituales gorras y las clases más humildes usaban aquellas sufridas alpargatas, de las que se proveían, en la popular tienda, especializada en la venta de estos menesteres, que en la calle de la Aceña tenía establecida el alicantino José Hernández Rizo.

Esta transitada vía, se hallaba pavimentada de pared a pared, con unos gigantescos adoquines, que con el tiempo, fueron trasladados al actual Cementerio de la Soledad, al ser reemplazados en la época republicana, por un moderno pavimento, sobre hormigón, por piezas de menor tamaño, a la vez que fuera dotada de estrechas aceras, para seguridad de los peatones, ante la presencia de algún carro con aros de hierro, o de cualquier burro, que transitara por el lugar.

Mi padre tenía su comercio, en la mencionada calle, en la confluencia con Miguel Redondo, que ha permanecido durante ochenta y cuatro años, convirtiéndose en una verdadera institución, por el que han desfilado varias generaciones de onubenses.

Su carácter de hombre sencillo y bonachón, que junto a su peculiar humor, se hizo acreedor del cariño de todos sus convecinos.

En aquellos tiempos, se encontraban en circulación, monedas de plata, de un valor que iba desde los cincuenta céntimos a las cinco pesetas, que eran conocidas, por el pueblo llano, como "El Duro".

Pues bien, se le ocurrió la idea de soldar, con un clavo, una moneda de dos pesetas, que después de abrillantar, al abrir la tienda a las tres de la tarde, se daban cita en la misma,una reunión de tres amigos de la casa, que con el mismo ánimo, de pasar un rato agradable, uno de ellos salía a la calle, provisto de un martillo, y entre las juntas de tierra que unían los adoquines, de un golpe quedaba clavado el artilugio, y todos juntos, a esperar la sorpresa.

Dentro del establecimiento, estaban provistos de latones vacíos de petróleo, que por aquella época, era adquirido, por el vecindario, para el mantenimiento del alumbrado, por medio de los socorridos quinqués.

Pronto hizo acto de presencia la primera víctima, que por cierto era el Inspector de Primera Enseñanza, un señor ya mayor, que portando un bastón, para alivio de su cojera, quien atraído por el brillo de la moneda, se paró y ojeando a un lado y otro, se decidió a agacharse, para hacerse de la singular pieza.

En ese momento, suena el estruendoso sonido de los latones, que le hizo pegar un brinco, y dirigiéndose al grupo, exclamó:

-¿ Canalla, si tenía que ser cosa tuya, Baltasar !-.

Pero, cual no sería nuestra sorpresa, a la tarde siguiente, y otras muchas más, cuando acudía al grupo, allí reunidos, para pasar un agradable rato, de emoción y regocijo.

Aquel sonoro latonazo, venía a constituir la sombra, del alucinante brillo de la codiciada moneda, que servía de distracción a nuestros antecesores, en aquellos tiempos de pobreza, en la que se desenvolvía la vida de los españolitos de a pie.

Gracias a Dios, estos tiempos son otros, y aquellos pasaron a la historia.

1 comentario:

  1. Gratisimos recuerdo de la tienda del Sr Baltasar. Donde vendían ilusión cada Navidad en forma de cohetes y bengalas.
    Conservo con el mayor de los tesoros, las figurillas de un belén artesanal,hecho en barro, que con las propinas que recibía en Sederias Gran Via, fui comprando.

    cordiales saludos, gracias por los recuerdos

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Agradezco vuestra colaboración,espero veros a menudo por aquí.