miércoles, 25 de noviembre de 2009

FIDEL Y BENITA



En mi arsenal de casos atendidos, durante el ejercicio de mi profesión sanitaria, no dejo de recordar dos eventos que los llevaré grabados. en mi memoria, durante toda mi vida, ya que suelen ser, pocos usuales, en el devenir de nuestros quehaceres cotidianos.

Era, un domingo, sobre la una de la tarde, cuando estando de guardia, en la Casa de Socorro,de Mérida, se acercó un coche, del que se apearon, una madre con su hijo, un mocetón de dieciochos años, toda descompuesta, hecha un manojo de nervios, que entró gritando:

-¡ A mi hijo, a mi hijo, que se me muere, atenderlos, por amor de Dios !-

El joven, que llegaba, en estado cianótico, sin fuerzas, señalaba con las manos, la garganta.

Una vez, que le apliqué el depresor de lengua, pude observar, en el fondo, de la cavidad bucal, un rabillo obscuro. que se agitaba.

Pedí, la colaboración del celador del hospital, anexo a nuestro Centro, y de dos hombres más, que le sujetaron la cabeza, y otro el depresor, mientras que yo, con unas pinzas de Koller, en la mano, estaba pendiente, de aquella cosa extraña, que antes viera.

Por fin, logré atraparla, con las pinzas, y cual no sería mi asombro, cuando,al hacer la extracción, me encontré con una sanguijuela, completamente llena de sangre, con un volumen considerable, que al colocarla encima de la tapa de mármol, empezó a soltar liquido sanguinolento en abundancia, mientras que al muchacho, lo acerqué a la conexión de oxígeno, y pronto vi, como aquel color azulado, que antes presentaba su rostro, se fue cambiando, por una piel sonrosada y, su respiración recobró su absoluta normalidad.

-¡ Me ha salvado Vd.la vida !-, me decía, emocionado, a la vez, que su madre llorando, me abrazaba, en prueba de gratitud.

A lo largo de los años, me he encontrado, con él, Fidel, muchísimas veces, y siempre me abraza cariñosamente.

Cuanto me alegro de ello, cada vez que recuerdo aquel día, inolvidable.

Unos años después, de haber ocurrido este caso, cuando cumplía, con mis visitas domiciliarias, a mis pacientes, en la barriada emeritense de Las Abadías, sabiendo los vecino, que me encontraba en ella, vinieron a avisarme para que me personara en la casa de la Sra. Benita, ya que se estaba muriendo.

Acudí rápidamente, encontrándose la casa repleta de gente, y ante el estado que presentaba, con dilatación de pupilas, sin pulso tanto en la carótida como en la radial, llamé inmediatamente al médico de cabecera, para que se acercara, ante la gravedad acuciante, toda vez, que se trataba de una paciente, inscrita en nuestra zona sanitaria

En pocos minutos, hizo acto de presencia, confirmando mis presunciones y certificando la defunción.

Seguí, por la barriada, atendiendo a mis enfermos, cuando, nuevamente, fui requerido, porque decían, que la Sra. Benita, acusaba movimientos.

Efectivamente, al llegar, otra vez¡, junto a su lecho, pude comprobar que su pulso latía, y de pronto abrió los ojos y me dijo:

Don Lorenzo,-¿ Que pasa aquí ?-.

La verdad, no sé, lo que entró por mi cuerpo, pues me quedé helado. Mandé desalojar la sala y avisé, de nuevo al médico, quien al llegar ante mi , me preguntó que había pasado a lo que contesté:

Pues nada, don Manuel, que tenemos a la Sra.Benita, vivita y coleando.

Se le atribuyó, esta situación, a un extraño caso de catalepsia.

Lo cierto es, que meses después, se trasladó a Madrid, para vivir con una hija suya, donde siguió viviendo doce años más, hasta que un día se murió, pero en esta ocasión, fue de verdad.











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