En un apartado pueblecito, del Andévalo andaluz, actuaba como monaguillo de la parroquia, Manoliyo, un chavalillo, muy avispado, que debido a la precaria situación económica, en que se desenvolvían sus progenitores, en aquellos viejos tiempos de pobreza, en los que medio se podía vivir, en nuestra problemática sociedad, la infeliz criatura, se las valía, ayudando a misa, todas las mañanas, con la asidua convivencia, de un reducido número de devotas, que acudían al diario cumplimiento de sus deberes espirituales.
Pronto se granjeó las simpatías, tanto del párroco, como del sacristán, hombre ya achacoso, por su avanzada edad, que se ocupaba, de todos los asuntos, concernientes al desarrollo del movimiento parroquial, a pesar de lo castigado, que le traía su bronquitis crónica, que día a día, le iba mermando sus facultades físicas, y tras vencer los altibajos de sus dolencias, llegó el momento de no resistir más, y el pobre se fue, por fin, al otro barrio.
Pero, como Manoliyo, no llegó a conocer nunca, lo que era una escuela, ya en plena juventud, y al morirse, Pepe el sacristán, el cura no le podía dar este cargo, ya que ignoraba, lo que era saber leer y escribir.
Ante esta disyuntiva, no pudiendo cubrir dicha vacante, por su incompatibilidad, optó por darle una ayuda económica, a fin de abrirse paso por la vida, y ante esta situación, nuestro amigo, se trasladó a la capital , montando una pequeña abacería, y con la ayuda de su peculiar simpatía, pronto logró abrirse camino, marchando su negocio a las mil maravillas, alcanzando en poco tiempo, la ampliación de su esfera de acción, abriendo un nuevo establecimiento mayor, con la incorporación de dos dependientas, contando siempre, con la ferviente acogida de una selecta clientela.
Años, más tarde, decidió llevar a cabo una gran operación, y para ello acudió a la entidad bancaria, con la que solía trabajar, siendo recibido por el Director de la misma, con un efusivo apretón de manos.
Hola, don Manuel, que satisfacción, de poderlo recibir en nuestra casa, rogándole nos exponga, en que les podemos servir.
Expuestas sus pretensiones, fueron estas aceptadas, por el Jefe de dicho centro bancario, quién , pulsando el timbre, hizo que apareciera ante él, un empleado al que le encomendó, que cumplimentara ciertos requisitos, que fueron realizados, momentos después.
Bueno, don Manuel, ya lo tiene todo en regla, pendiente de que nos eche un par de firmitas, a lo que nuestro amigo contestó:
Por favor, acérquenme un tampón para imprimir mi huella.
Como, don Manuel, -¿ Es , que acaso, no sabe usted firmar ?-.
Desgraciadamente, no supe en mi vida, lo que es un colegio.
No me lo explico, pues , -¿ Como ha llegado a ser lo que es. ?- Si lo hubiera logrado, -¿ Que sería Vd. ahora ?-.
Pues, muy sencillo: El sacristán, de mi pueblo.
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